Una majestuosa escalera invita a subir a las habitaciones y nos deslumbra con un vitraux de aproximadamente cinco metros cuadrados e innumerables colores tornasolados.
En esta magnífica planta baja destacan, en principio, las dos salas para tomar el té, que se ubican a ambos lados, cuyos enormes ventanales permiten observar el movimiento marítimo. En una de ellas, las paredes exhiben inquietantes retratos de glorias del espectáculo uruguayo, como el cómico Ricardo Espalter y la cantante Lágrima Ríos, entre tantos otros.
Muy cerca asoma el comedor original del hotel, un salón enorme. Allí las mesas, manteles y mostradores nos remontan hacia 1930, año de inauguración del edificio.
Pero el viaje en el tiempo recién comienza. Al recorrer las galerías que se abren hacia los dos costados de la planta baja, justo antes de llegar a las escaleras, las huellas del tiempo se cambian por presencias: etiquetas de vinos exclusivos utilizados en 1935, postales de aquella época, el libro contable o de registro de turistas de los primeros años del hotel asoman en estanterías vidriadas junto a libros originales escritos por don Francisco Piria, donde despliega sus ideas del socialismo utópico. Se destacan ahí, además, dos modelos de traje de baño para hombres (similares a las actuales enterizas de mujeres), de orgulloso origen alemán.
En la galería que nos lleva hacia el Casino de Piriápolis (como no podía ser de otra manera, se encuentra dentro de este magnífico lugar) las paredes muestran notables fotos que registran las antiguas noches de bailes, baños de turistas sobre la playa, los trabajadores de la cocina en plena acción e innumerables afiches que promocionaban la ciudad y el hotel a “tan sólo dos horas de Montevideo”.
Todas esas piezas, a la vez que exhiben el lenguaje publicitario de los primeros años del siglo pasado, nos hablan del orgullo que se sentía, desde este lado del mundo, por el hotel, sus comodidades y servicios.
El salón casino, inmortalizado en varias fotografías exhibidas en el hotel, también resulta muy atractivo. Posee enormes ventanales y arañas que cuelgan del techo, junto con preciosas fichas en las que huéspedes y visitantes sueñan con la gloria de sacar, al menos, un pleno.