El placer de lo natural
Se trata de un paseo que se hace sin prisa -después de todo, es un largo camino. Las enormes dunas nos acompañarán durante todo el recorrido. Para mitigar el calor, de vez en cuando es bueno dar un chapuzón en el agua fría y cristalina.
Las arenas de esta playa son particularmente finas y los pies descalzos se hunden ligeramente al caminar por la orilla del mar, acariciados por la espuma de las olas que llegan incesantes en su infinito vaivén. Una fresca brisa marina atenúa el calor del sol y nos acerca a los labios un ligero gusto a sal.
Sorprendentes hallazgos
El paso se hace lento, pues vamos encontrando en nuestro camino maravillas de la naturaleza. Un brillo que refleja el sol nos llama la atención en la arena. Al acercarnos descubrimos que se trata de un caracol marino de caparazón nacarado.
Ya atentos, prestando más atención al suelo, vemos pequeñas burbujas de aire cada vez que las olas se retiran. Son las almejas que se esconden en la arena y podrían ser encontradas cavando apenas unos centímetros. Todo esto se mantiene en su ciclo natural gracias al respeto que le ha profesado el hombre.
Fin de la aventura
Cuando divisamos a lo lejos, borrosos, los ranchos que conforman la periferia del pueblo de Cabo Polonio, nos volvemos concientes de lo lejano que está, realmente, este lugar en el que algunos han buscado refugiarse del ruido de la civilización.
Es como si el largo camino por la arena virgen y el contacto con el vasto océano solitario surcado por lobos marinos y orcas nos hubiesen estado preparando para comprender el por qué de este pueblo y su intención de conservarse como siempre fue.