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El mercado del puerto
Pablo Etchevers Pablo EtcheversConocerlo es fascinante. Detrás de sus pórticos, cada puesto y parrilla exhibe deliciosas carnes, achuras y pamplonas. Afuera, candombe y artesanías. ¿Qué más se puede pedir?

Es un mercado como los de antes, de eso no caben dudas. Basta con recorrerlo por fuera y darle la vuelta entera para entender enseguida que nos encontramos ubicados en la Ciudad Vieja, a escasos metros del puerto de Montevideo.
Inaugurado el 10 de octubre de 1868, los diarios ingleses y montevideanos de la época hablaban de la magnitud de la obra encabezada por el comerciante español Pedro Sáenz de Zumarán y una sociedad de empresarios y visionarios uruguayos.
Su construcción, de origen inglés, se llevó a cabo en los talleres que la Union Foundry tenía en la ciudad de Liverpool. Este profesionalismo se volcó también en el montaje y armado del complejo, para el cual vinieron profesionales de Inglaterra especialmente.
La arquitectura europea nos transporta enseguida a aquellos tiempos en que todo se subastaba dentro, desde las hortalizas, frutos y carnes venidos del interior del país hasta los esclavos africanos que, junto a otras ilegalidades llegadas de la vieja Europa, se negociaban en los alrededores del lugar.

Por suerte, los tiempos han cambiado. Hoy el mercado se ha renovado por completo. Totalmente distinto, goza de muy buena salud y esto lo demuestra la cantidad de visitantes que quieren conocerlo porque han oído de su fama, de su belleza y, por supuesto, de sus carnes.
Se encuentra dentro del mismo contexto de antaño, donde ahora artesanos, cafés, restaurantes y otros boliches le dan un marco de bienvenida imborrable a su vieja entrada que continúa mirando la zona portuaria.
Miles de turistas lo recorren diariamente buscando desde antigüedades y recuerdos hasta ropas costumbristas y artículos de cuero, aunque las parrillas son la gran atracción que tiene el lugar.
Es tradición desde hace décadas que quien se encuentra el sábado al mediodía por Montevideo almuerce en el Mercado del Puerto. De acuerdo al apuro del visitante, lo puede hacer de parado (sobre la barra) o sentado en una cómoda silla para pasar el tiempo.

Autentica parrilla uruguaya
El humo, que todos los mediodías del año se apodera literalmente del mercado y de varias cuadras a la redonda, nos habla a las claras de lo que allí dentro sucede. Y no existe olfato que resista semejante tentación. “Taxi, lléveme al puerto”, es la frase más escuchada por cualquier taxista uruguayo cuando el reloj ha dejado hace rato de marcar el mediodía.
Allí dentro descansan esperando a su público las mejores muestras de la gastronomía uruguaya, desde el chivito al plato o a la canadiense hasta los mejores y más sobrios cortes de carnes; achuras, asado, pollos, matambres, chotos (chinchulines trenzados), pamplonas rellenas y otras delicias que en esta parte del mundo son moneda corriente.

Los turistas extranjeros quedan sorprendidos por la belleza con que se muestran los platos. Las parrillas aparecen a la vista de todos como verdaderas vidrieras que en lugar de ropa, jeans o carteras exhiben sus carnes y demás exquisiteces a precios populares.
La adrenalina que se aprecia dentro, donde mozos y parrilleros se desviven por atender a todo el mundo a tiempo y forma, es algo que sucede en pocos lugares del mundo y que aquí ha pasado a naturalizarse cada vez que el reloj marca las 12 y el apetito comienza a aparecer. Afuera siempre algún grupo de jóvenes muestra el baile y el sonido del candombe afro-uruguayo, tradición que se encarga de transformar cualquier almuerzo o cena en una velada inolvidable.


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