Paseos y excursiones:
Lo primero es la familia
Pablo Etchevers Pablo EtcheversDesde Minas, el viaje no dura más de una hora y permite al visitante conocer la primera ciudad balnearia que tuvo el país: Piriápolis. Las sierras, el mar y la aristocracia uruguayo-argentina se juntaron para dar vida a esta bella ciudad.
Vieja y joven a la vez, esta hermosa ciudad fue construida durante la Belle Époque, lo cual se observa a medida que se entra a sus hoteles y se camina por sus calles o por su bella costanera.
Primero estuvieron el Gran Hotel Piriápolis y las familias de “turistas” que llegaban a descansar del trajín de las bulliciosas ciudades de Montevideo y la vecina Buenos Aires.
Luego vino el Argentino Hotel, para muchos el edificio más lindo y emblemático que tiene el país. Fue el máximo logro alcanzado por una corriente arquitectónica que nació en Europa y se expandió por el mundo entero.
De vuelta al hoy
Pero, al margen de su valor histórico, quien camina por las calles de Piriápolis respira juventud a cada paso. Una gran cantidad de pubs, restaurantes y modernos hoteles se destacan a primera vista, al igual que la atractiva vida nocturna que deleita a los visitantes durante el verano y que los conduce finalmente a tentar la suerte en el bello casino frente al mar.
Una franja de más de veinte kilómetros de costa conforma sus bellas y extensas playas, algunas de aguas calmas y otras un poco más picadas que permiten a toda hora (incluso hay quienes lo hacen de noche) la práctica del surf, una de las actividades preferidas por los jóvenes.
Ideales para tomar baños, todas ellas tienen arenas blancas y reciben cada verano a infinidad de turistas uruguayos y argentinos que se acercan a conocerlas y a disfrutar de ellas en familia.
Vivirla la ciudad
Sobre el cerro de Piriápolis se encuentra la capilla de San Antonio, uno de los sitios emblemático de la ciudad que el visitante no puede dejar de conocer.
Para llegar a ella es necesario acercarse hasta el puerto local y allí tomar una de las aerosillas que llegan hasta la cima de esta formación montañosa. También es posible llegar por el camino que la circunda.
Desde aquí, la vista de la ciudad se vuelve maravillosa y ofrece panorámicas únicas de todos los rincones de la ciudad que de noche, cuando todo está oscuro y sólo se escucha el rugido del mar, se vuelven imborrables.
El puerto, con sus viejos botes de pesca y sus modernos yates, es un lugar de ensueño, sobre todo al atardecer cuando el frío comienza a refrescar la ciudad y el sol se despide para volver al día siguiente.
Cualquier restaurante o puesto de pescados ofrece en forma instantánea la frescura de un mar.
Basta con caminar por su costanera al amanecer para observar que en Piriápolis casi todos se conocen, como si se tratase de una gran familia que multiplica sus miembros cuando llega el verano pero que vuelve a su calma normal cuando se produce el éxodo. Quizá por ello sigue siendo una de las ciudades más cálidas, aunque su mar y sus cerros se hagan sentir.
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